sábado, diciembre 10, 2005

Un diamante en el vacío III

-Yo sé muy bien que tenía que hacerlo- pensaba Raquel en el vehículo que la transportaba lejos de su antiguo hogar- Ya no podía sostener esta mentira por más tiempo.
La lluvia repiqueteaba fuertemente sobre el parabrisas del taxi y este activo el limpia parabrisas. Ella, sentada en la parte trasera del auto pedía perdón al ausente.
-Lo siento mucho, pero ya no podía ocultarlo más- Entre sus manos tenía un manojo de cartas arrugadas, cartas que no eran de Alexander ni para Alexander-.

-Nunca podré olvidar la expresión de sus ojos al encontrar estas cartas que tan bien había ocultado. Pero esta es mi naturaleza por más que haya querido cambiar. Lo siento, se presentó y no pude controlarlo. Lo sé, era amigo tuyo, espero que algún día puedas perdonarme… no creo que yo pueda hacerlo conmigo misma- continuaba pensado Raquel.

Cada vez que re-leía esas cartas arrugadas y nada viejas Raquel dudaba si lo que hacía era lo correcto, dejar la paz por una experiencia nueva, desconocida y quizás tortuosa.
La música ambiental del taxi le resultaba monótona y desconcertante, aunque pensaba que obraba bien, algo en el fondo (muy en el fondo) le decía que no lo era. Pero no, no le hizo caso a esa corazonada.
-¿Qué estará haciendo Alex ahora? ¿Estará bien?- estas preguntas rondaban en su cabeza mientras se iba acercando a la casa del que alguna vez fuera amigo de la pareja y ahora es su “nuevo” amor, era una de las pocas casas de familia que quedaban en la gran ciudad plagada de edificios multifamiliares y con cientos de pisos.
El vehículo se detiene intempestivamente, ella pone su dedo en la lectora para que le descarguen el importe del viaje de su cuenta personal, baja y saca las maletas del auto…
Nadie la esperaba en la puerta.

Se acercó lentamente y tocó el viejo timbre de lo que ella pensaba que sería su nuevo hogar esta no se abrió; a los cinco minutos la entrada se abrió automáticamente y ella entró totalmente empapada por la lluvia cargando sus maletas… nadie le ayudó.
-Ya estoy aquí- dijo dejando las maletas en la sala del recibidor… el silencio le contestó
-Él ya lo sabe todo, así que pienso que lo mejor fue venir aquí. Además, no tengo otro lugar donde estar… y aún nadie le contestaba.
-¿Estas en casa? ¿Ernesto?
-Hola- respondió una voz proveniente del gran sofá que estaba frente a la chimenea, de espaldas a la puerta- siempre tuve la impresión que todo se iba a saber tarde o temprano… ¿Qué dijo él?
-No lo sé, no le di tiempo que me diga nada, cuando descubrió nuestras cartas simplemente cogí cuantas cosas pude y vine para acá, pero nunca en mi vida vi una mirada tan furibunda, decepcionada y amorosa a la vez en mi vida; no puedo negarlo. Me dio pena que lo descubra de esa manera, pero ya está hecho. Ahora estoy acá y eso es todo lo que debe importarnos mi amor.
-Sí.- contestó una monótona voz.
La puerta de la entrada principal se cerró, las luces se apagaron y al rato, quejidos apagados se escucharon fuera de la habitación.

El día llegó…

-Iré a trabajar mi amor, vengo a las 5 de la tarde- le dijo Raquel a Ernesto.
-O.K.- este le contesto medio dormido…

…………………………


Los cuatro días pasaron para Alexander tan lento como una tortuga recorriendo los cien metros planos, hasta que llegó la hora de embarcarse en la Executor, se levantó de la cama con desgano total pensando “ya es tiempo”. Cogió su maleta, la cual no había ni siquiera abierto en estos días, recorrió los pasillos de la base con rumbo al trasbordador que lo iba a llevar a los astilleros en órbita “¿Por qué?” Pensaba mientras recorría el camino, al salir de los cuarteles subió a un transporte para ir a la zona de despegue, luego de un tiempo de viaje llegó a su destino. Era una nave nada fuera de lo común, capacidad para unos treinta pasajeros… y él seguía con la mirada perdida pensando en sabe Dios que. Una vez adentro se sentó en el último asiento de la cabina en el lado de la ventana, apoyó su cabeza contra la ventana y se quedo absorto en sus pensamientos; pero un tripulante de la nave se acercó y le dijo:
-Señor, los oficiales van en la parte de adelante.
Alexander seguía con la cabeza contra la ventana, no había escuchado a quien le hablaba.
-Señor-volvió a repetir el sobrecargo- los oficiales van en la parte de adelante.
Reaccionando ante la interrupción respondió parcamente:
-Preferiría estar acá atrás por favor.
-¿Está seguro coronel?-preguntó extrañado el joven.
-Sí.
-Como guste.
Y se fue.
Pasaron los minutos y el navío fue llenándose con los demás viajeros, caras indiferentes y anónimas entraban y se sentaban. Como casi siempre, los asientos traseros fueron los últimos en ocuparse hasta que de pronto el coronel Rabukov escuchó un “hola” que lo sacó de sus pensamientos, giró para ver a quién había osado extraerlo de ellos.
Era una chica, pareciera que recién había salido de la academia, la cual no se había dado cuenta de las insignias de rango que Alexander tenía hasta que giró totalmente la cabeza.
-Disculpe coronel, no vi sus distintivos, además que aquí no suelen sentarse los oficiales-dijo ella avergonzada pero esbozando una tímida sonrisa.
“¡Esos ojos! ¡Son idénticos!” pensó él al verla.
-Descuide cadete, a la próxima vez tenga más cuidado- y volvió su mirada a la nada.
-Me llamo Miriam y no soy cadete, soy teniente- Le dijo sin darse cuenta que no era escuchada- esta es mi primera misión fuera de la tierra…
Alexander la volvió a mirar y esos ojos de recuerdos lo aniquilaban…
-Y espero hacerlo bien, me han destacado al Executor, bajo el mando del capitán Rabukov. Dicen que es uno de los mejores en misiones de combate e inteligencia de la flota, pero me parece raro porque escuche que ya se había retirado.
Él sonrió y dijo:
-Bueno. Él no es capitán, es coronel y sí, se retiró, pero ahora volvió al servicio activo.
-¿Usted cree? ¿Pero no es algo mayorcito para este tipo de misiones?
-¿Mayorcito? Creo que él no es tan viejo como usted cree, teniente-Alex le seguía el juego.
-Bueno, como oí que se había retirado…
-Se retiró porque quería asentarse y tener una vida más tranquila- le interrumpió.
-Oh eso no lo sabía. A propósito, no me dijo su nombre.
-Ah, mi nombre es Alexander, Alexander Rabukov.
Luego de decir su nombre, vio como los ojos de Miriam se abrieron como platos y su rostro se puso de mil colores distintos hasta quedarse en el rojo.
-¡Soy una tonta! ¿Cómo no me di cuenta?
-Porque no soy tan “mayorcito” como pensó-dijo este tratando de calmarla.
-Discúlpeme coronel, por favor.
-No hay problema teniente…
-Takamura, Miriam Takamura.
-Bien, no hay problema teniente Takamura.
-¿Y, cuál será su cargo en la Executor?-preguntó el coronel
-¿Yo? Estoy destacada en ingeniería.-le respondió aun asustada- Pero dígame algo coronel ¿No es usted muy joven para tener el grado de Coronel?
-Bueno, eso dicen siempre, pero aquí uno asciende por méritos y trayectoria, no por edad-dicho esto, le guiñó el ojo, gesto que calmó un poco a Miriam.
-Gracias por el consejo señor- Y ella bajó la mirada y él volvió a meterse en su mundo.

Luego de unos minutos el trasbordador comenzaba a moverse suavemente sobre la pista de aterrizaje. Los pasajeros comenzaron a ponerse los cinturones de seguridad, al cabo de un par de minutos la nave empezó a salir de la atmósfera, el cielo azul se fue convirtiendo en una oscura capa con puntos brillantes esparcidos por doquier. Y Alexander seguía absorto en el recuerdo de aquellos ojos ahora tan lejanos.
Ya en órbita la nave enrumbo a los astilleros que estaban orbitando en la luna, camino a su misión, camino a su olvido. Con el paso de la nave, las estrellas iban pasando una a una a lo lejos; los recuerdos de las veces en que se pasaba horas sentado junto a la ventana del departamento mostrándole a Raquel los astros del universo visible y relatándole las aventuras de sus múltiples viajes a estas y ella, lo miraba con ojos aun más brillantes que las estrellas de las que él tanto hablaba, agolparon en su cabeza sus ojos, antes felices, comenzaron a humedecerse. Algo le dijo que voltee a otro lado, y así lo hizo y su mirada se chocó con la de Miriam que le miraba con curiosidad.
“Justo los últimos que quería ver” pensó con frustración.
-¿Está bien coronel?
-Sí- contestó parcamente.
-Permiso para hablar libremente coronel.
-Concedido, además… todavía no estamos en la nave- dijo dibujando una desganada sonrisa.
-En sus ojos se nota que no está bien coronel. No soy telépata, pero hay cosas para las que no se necesita ser eso para darse cuenta.
-Asuntos personales, nada más-respondió de manera cortante.
-Sé que estoy siendo muy entrometida, pero no me gusta ver triste a la gente.
-Gracias por su preocupación teniente.
-¿No preferiría hablar de eso?
-No. Gracias- es todo lo que atinó a responder, sabía muy bien que si tocaba el tema, no hubiera podido controlarse y no es bueno mostrar signos de debilidad a los subalternos.
-Bueno, cuando quiera hablar de lo que le pasa, sólo dígamelo.
-Bien.

Y el silencio embargó a la última fila del lado derecho del trasbordador en lo que quedó del viaje. Ella sacó un libro y él siguió contemplando las estrellas.

Cuarenta minutos después la nave estaba acoplándose en el puerto del astillero. Todos comenzaron a pararse mientras Rabukov seguía mirando a través de la ventana hacia la nada, la teniente Takamura se levantó de su asiento y volteó a ver al coronel y con ojos de comprensión le dijo:
-Nos vemos en la Executor coronel.
Pero él no le contestó.

Cuando todos ya se habían ido, Alexander pesadamente se levantó de su lugar y salió del trasbordador, su equipaje ya debería estar en su camarote en este momento.
Desde las ventanas de la nave se podía ver al Executor anclado en una de las bahías esperando solitariamente a ser abordado. Era más grande de lo que se imaginó. Ese sería a partir de hoy, su nuevo hogar.

Al cabo de unos minutos, el coronel Rabukov estaba entrando a su camarote, las maletas estaban ordenadamente puestas sobre su cama. La habitación estaba casi desnuda, así como quedó la antigua después de su partida: vacía, desnuda, sin recuerdos…
“Todo lo que termina, termina mal” pensaba Alexander mientras sacaba la poca ropa que trajo, la iba colgando lentamente luego de olerla para sentir por última vez ese perfume que hasta hace unos días impregnaba su vida. Y la única foto que pudo guardar, se quedó en el fondo de la maleta.

(continuará...)

Say no more!

p.d.: Feliz cumpleaños, cariño.